Ficha Shoji

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    Aspecto:
    Aunque quizás no destaque tanto por su estatura, totalmente en la media, es quizás su actitud y su porte lo que lo hace destacar por encima de los demás. Su cabello castaño oscuro se iza revoltoso e indomable, siendo quizás un reflejo de su personalidad; éste se alza y cae en mechones afilados, casi como si de una corona se tratase. Su color zaíno contrasta con su piel albea, aunque no extremadamente pálida, sino con varios matices sonrosados —sobre todo en la nariz— que le dan un aspecto saludable. Sus facciones, casi como si se mimetizaran con su cabello son también agudas, aunque con algunas partes más redondeadas dándole un aspecto tosco, pero, curiosamente, afable.

    Sin embargo, aquello que más llama la atención de su rostro son sus ojos. Éstos, de iris celeste como el cielo enfurecido, descubre en el centro una pupila en forma de cruz que parece horadar en él. De fijarse en ella, se verán ciertos matices brillantes que recuerdan al fulgor de un rayo; quizás una herencia de su legado grabada en su retina.

    Por su constante entrenamiento y —presunta— hiperactividad tiene un cuerpo atlético y bien definido. Sin embargo, no hay que confundir su físico trabajado por uno muy musculado; éstos, aunque se notan, son más bien estilizados, dándole una figura estilizada. Refleja así un entrenamiento más basado en la gracilidad y agilidad que a la fuerza bruta.


    Personalidad:
    Él es, en esencia, un hombre dedicado y amoroso. Se dedica a los que ama, llegando a sacrificar su propia vida por ellos; como resultado de esta devoción, es cuidadoso con quien confía profundamente. Con frecuencia trata de proteger a sus seres queridos del peligro asumiendo sus luchas sobre sí mismo y, a menudo, se vuelve extremadamente autocrítico cuando no puede superar dichas luchas solo o cualquier otro problema que acontezca en su vida.

    El autodesprecio es un patrón de comportamiento recurrente. A pesar de que ama a los demás, es extremadamente duro consigo mismo, es inseguro y tiene una muy baja autoestima. Solía percibirse a sí mismo como "perpetuamente solo" y luchaba por reconocer cuándo las personas realmente lo querían y lo admiraban, aunque ha mejorado en esto conforme el tiempo ha ido pasando. Donde solía reprimir sus emociones también se ha vuelto más expresivo emocionalmente. Por lo general, es bastante casual cuando habla con los demás, pero cuando está sorprendido o nervioso, tiende a hablar formalmente.

    Es algo cohibido acerca de su imagen y cómo se le percibe. Después de un tiempo y conforme fue ascendiendo puestos, empezó a adoptar la imagen de alguien educado y ordenado, y que siempre tiene un plan. De hecho, tiende a planificar con anticipación la mayoría de las situaciones basándose en su conocimiento del mundo. Es notablemente malo en la improvisación y se toma un tiempo para recuperarse cuando se enfrenta a contratiempos, teniendo pequeños colapsos emocionales en situaciones particularmente impactantes.

    Sin embargo, está inmensamente dedicado a sus metas, lo que se traduce en episodios ocasionales de terquedad y determinación.


    Historia:
    Nacer en un país en constante guerra es duro. Ajenos a todo, los niños crecen intentando imitar a sus héroes y lo que ven a su alrededor es la destrucción de todo cuanto tendría que haberles hecho felices. Para Shoji no fue diferente a la vida de otros tantos. Y tampoco fue tan dura como podría haber resultado ser. Pero igualmente, en un mundo de violencia y ruina, cualquier cosa acaba marcando la vida de un niño.

    Su nacimiento estuvo maldito desde el primer momento. Su madre, Megumi, era una dama de compañía. Trabajaba todas las noches hasta las tantas para poder sobrevivir, bajo pagos que resultaban estar muy por debajo del sueldo que podrían haber recibido en caso de que la guerra no estuviese a sus puertas. Igual que otras tantas mujeres, buscaban entre las migajas de los soldados que servían a un país corrupto y lleno de serpientes. Y ella, al igual que otras muchas, acabó sufriendo las consecuencias de unos actos destinados únicamente a la supervivencia.

    Quedó embarazada, y aunque muchas otras no tuvieron tanta suerte, ella supo en todo momento quién era el padre. La mayoría de sus noches -por no decir todas-, la única persona que disponía de sus servicios era uno de los crueles y despiadados Generales del régimen de Kumogakure. Quizás tenía la suerte de ser demasiado bella o de comportarse mejor en la cama que otros tantos. En realidad, no tuvo ningún tipo de importancia cuando toda su vida se hundió por culpa del embarazo. Dejó de poder trabajar. Dejó de tener la posibilidad de ganar un poco de dinero con el que sobrevivir, y empezó una vida en la que, aunque invisible, una cuerda sostenía en todo momento su cuello, preparada en todo momento para romperse a la mínima.

    Nueve meses, nació Shoji. Y aunque las condiciones en las que había nacido eran nefastas para su madre, ella no lo veía así. Esa mujer, cuyo corazón brillaba como el mismísimo oro, sacrificó toda su vida y la posibilidad de ser feliz por su pequeño. Un pequeño que creció en la miseria, pero que creció rodeado de más amor del que nadie tendría jamás.

    Conforme los primeros años de su vida pasaron, las condiciones fueron empeorando poco a poco en el país. La gente como ellos, baja en el escalafón y destinados a la miseria, apenas recibían ayuda económica por parte de sus líderes. Muchas familias como ellos perecieron ante la falta de comida y de posibilidades. Su madre hizo todo lo posible, día y noche, por procurar algo de alimento en su hogar. Por dotar a su hijo de lo necesario para que creciese sano, a pesar de que apenas conseguían sobrevivir. Él, lo suficientemente pequeño como para no darse cuenta de todo lo que ocurría a su alrededor, era incapaz de comprender por qué su madre estaba tanto tiempo fuera de casa. Alejada de él. Muchas veces, amigas de su madre le cuidaban mientras ella trabajaba.

    Cuando Shoji empezó a resultar mucho más difícil de controlar, siendo un niño totalmente hiperactivo, sin embargo, se volvió un problema. A veces, echaba a correr por las calles sin supervisión mientras Megumi intentaba comprar en el mercado. Otras, se metía en problemas con soldados que patrullaban las calles.

    Y un día pasó lo impensable.

    Se dice que el destino es quien marca el futuro, aunque no tiene por qué ser justo. Megumi, quien había pasado los primeros seis años de la vida de Shoji ocultándole de aquel General de su pasado, tuvo imposible continuar haciéndolo cuando, un día, mientras paseaban por las calles principales de Kumogakure, se toparon con el General y varios de los ninjas que le acompañaban. Aunque al principio el hombre tardó en reconocer a Megumi, no tardó tanto en hilar al pequeño con ella. Además, había algo que delataba al chico por encima de todo, y eso eran sus ojos, heredados por completo del General.

    Megumi y Shoji fueron llevados con el General. A ella la interrogaron por lo sucedido. Le castigaron y fue sometida a una tortura física de la que nunca llegó a hablar. Al pequeño, sin embargo, le probaron. Probaron su fuerza, su valía. Su determinación.

    Ambos salieron de allí vivos. Ella, con heridas superficiales y otras que nunca acabaría de borrar sobre sus recuerdos. Él, bajo la atenta supervisión del General y con una orden de comenzar su entrenamiento al día siguiente. Desde luego, no le reconocieron como un hijo del General ni mucho menos, pero ante el potencial que vieron en el chiquillo, decidieron aprovecharlo.

    Desde ese momento, sus vidas cambiaron. La presión a la que fue sometido Shoji ya desde niño se incrementó exponencialmente, y toda su vida dio un giro completo al entrar en la academia. La mayoría de niños allí estaban preparados para convertirse en guerreros, para luchar por su nación y dar todo lo posible por ella. Él, sin embargo, ni siquiera sabía bien qué quería hacer. Todos, además, eran mucho más mayores que el pequeño. Y eso solo hizo que empeorase la situación.

    Durante los años que estuvo en la academia, sufrió abusos por parte de sus compañeros, decididos a ensañarse con él por su debilidad. Shoji, quien no quería hacer que su madre estuviese triste o preocupada, escondió ese hecho ante todos, guardándolo para sí mismo.

    No fue hasta que consiguió graduarse, mucho antes de lo que se esperaban de él, que empezó a observar la luz en el mundo. De forma irónica, por esa época su madre enfermó. Los médicos lo achacaban a la falta de nutrición y al sobreesfuerzo, aunque Shoji siempre creyó que había algo más.

    Nada más graduarse fue derivado a Mizuki Kouei, una antigua miembro de la élite de los ninjas de Kumogakure, quien, después de perder un ojo, dos dedos de la mano derecha y de haber destinado prácticamente toda su vida a la guerra decidió convertirse en instructora. Decir que la guerra le volvió dura sería subestimarla, y es que la mujer era de armas tomar.

    Gracias a ella, Shoji se convirtió en un ninja de élite poco a poco. Sobrevivió a su entrenamiento y acabó por volverse una máquina de lucha, capaz de cumplir con cuanto le pedían sin rechistar. Atravesó los problemas que había tenido y consiguió escalar poco a poco en la jerarquía. En cierto modo, Kouei ayudó a que el chico pudiese desarrollarse de forma fácil e ideal.

    Y después de un tiempo, cuando ya había logrado convertirse en alguien de la élite de su propia aldea, llegó el dolor. No quedaba mucho para que le concediesen el ascenso que siempre había estado buscando. Tal vez un par de semanas. Días. Todo por lo que había luchado era por conseguir que su madre estuviese orgullosa. Haberse vuelto ninja ayudó en sus problemas económicos, sí, pero él buscaba más. Y sin embargo, ¿qué más da eso cuando pierdes todo lo que tienes?

    Megumi murió dos días antes de que Shoji fuese ascendido a ninja de élite. Y él se quedó solo.

    Con catorce años apenas se es capaz de pensar en momentos semejantes. Uno no consigue ver más allá del sufrimiento, ni del dolor que pueda sentir. Para él no fue diferente.

    Iracundo y con el dolor a flor de piel, irrumpió en el hogar del General. Sabía que no tenía la culpa de su muerte, pero igualmente le culpaba por el dolor al que sometió a su madre. Le culpaba por haberle hecho pertenecer a un ejército del que no se consideraba parte. Por eso y por más. Y cuando no le quedaron palabras por transmitir, usó los puños. Las patadas. Los dientes.

    Ambos quedaron gravemente heridos, y ninguno podría considerar que se trataba de una victoria para el pequeño. Mucho menos después de ser encerrado por traición. Si no le sentenciaron a muerte directamente fue únicamente porque aquel General sobrevivió.

    Pasó meses encerrado, bajo una supervisión exhaustiva. Junto a otros tantos, fue tratado de animal en una cárcel demasiado llena. No fue hasta que el Emperador cayó y el país volvió a brillar que le dejaron en libertad. En esa decisión influyó su padre biológico, junto a otros tantos, que aseguraron que se trataba de alguien dócil y tranquilo.

    Bajo el cambio de régimen, Shoji fue reconocido por el rango que le habían otorgado, y comenzó una vida de reestructuración para su aldea, en pos de que todo el mundo pudiese vivir sin miedo de una guerra. Sin muertes, en la medida de lo posible.


    Extras:
    — Se le da fatal hablar con las mujeres.
    — Todo su dinero lo destina al mantenimiento de los orfanatos de Kumogakure. Tiene varias familias, además, a las que les destina su sueldo y cada pequeño ingreso extra que tiene por la realización de misiones.
    — Tiene Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).
    — Su comida favorita son los flanes.
     
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